Un campo de exterminio en México revela brutalidad del narco

Un campo de exterminio narco en Jalisco funcionó durante años como centro de reclutamiento forzado, donde sometían a las víctimas a brutales pruebas.

Foto: Agence France-Presse.

En el municipio de Teuchitlán, Jalisco, un hallazgo estremecedor reveló la existencia de un campo de exterminio y adiestramiento vinculado al Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). El rancho Izaguirre, ubicado en la localidad de La Estanzuela, operaba como un centro de reclutamiento forzado y ejecución de víctimas, con la presencia de fosas clandestinas, crematorios improvisados y una gran cantidad de objetos personales pertenecientes a los desaparecidos.

Este sitio no solo era un campo de exterminio, sino también un centro de entrenamiento donde sometían a jóvenes, principalmente varones, a un cruel proceso de selección. Se les obligaba a realizar ejercicios de resistencia extrema, enfrentarse en combates entre ellos y cumplir con órdenes de tortura y asesinato. Aquellos que no soportaban la brutalidad los ejecutaban y los incineraban. Los que superaban las pruebas los enviaban como sicarios a zonas de conflicto, como Michoacán y Zacatecas, donde actuaban como carne de cañón en enfrentamientos con grupos rivales.

El colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco impulsó el hallazgo, cuyos miembros recibieron una llamada anónima alertando sobre la posible presencia de restos humanos en el rancho. Al llegar, encontraron cientos de zapatos, prendas de vestir, identificaciones, mochilas y cartas de despedida, además de crematorios con huesos calcinados. Entre los objetos más perturbadores estaba una biblia con fotos de un niño, lo que sugiere que algunas víctimas llevaron consigo recuerdos de sus seres queridos hasta sus últimos momentos.

Las investigaciones revelaron que el rancho operaba desde al menos 2012. Sobrevivientes relataron que reclutaban a los captados con falsas ofertas de empleo en redes sociales y los citaban en la central de autobuses de Guadalajara. Una vez ahí, los criminales los despojaban de sus pertenencias y los llevaban con los ojos vendados hasta el rancho, donde iniciaba el proceso de “adiestramiento”. Les daban un apodo para despojarlos de su identidad y evitar que pudieran rastrearlos en caso de escapar.

El proceso de entrenamiento constaba de tres fases. La primera, conocida como “el kinder”, consistía en pruebas de resistencia física extrema y combates cuerpo a cuerpo. Muchos no sobrevivían y los incineraban en hornos improvisados. Los que pasaban a la segunda fase los enviaban a la “guerrilla”, en zonas de guerra como Michoacán y Zacatecas. Enfrentaban a grupos rivales y, si lograban sobrevivir, accedían al tercer nivel, donde recibían entrenamiento táctico impartido por exmilitares mexicanos y colombianos. También había por lo menos un ex kaibil, un cuerpo de elite del ejército guatemalteco. En esta última fase, los ejercicios incluían armas de fuego reales y técnicas avanzadas de combate.

El rancho de Teuchitlán no es el único sitio de exterminio en México. A lo largo de los años, se han descubierto varios lugares con funciones similares en diferentes estados del país. En La Bartolina, Tamaulipas, el Cártel del Golfo operó un campo de exterminio entre 2009 y 2016, donde asesinó a miles de personas y calcinó sus cuerpos. En La Gallera, Veracruz, el cártel de Los Zetas utilizó un predio para disolver cuerpos en ácido y quemarlos en fosas improvisadas.

El uso de hornos clandestinos, pozos de ácido y fosas comunes se ha convertido en una estrategia de los cárteles para desaparecer personas sin dejar rastro. Según cifras oficiales, entre diciembre de 2018 y abril de 2023, se localizaron más de 2800 fosas clandestinas en México. Muchos de estos casos los colectivos de búsqueda de desaparecidos han descubierto gracias a su esfuerzo, quienes han asumido la tarea que las autoridades han ignorado.

El caso de Teuchitlán ha causado indignación a nivel nacional. La activista Indira Navarro, líder del colectivo Guerreros Buscadores, ha exigido la intervención del gobierno federal, señalando que el problema de las desapariciones en Jalisco sigue sin resolverse. Navarro también compartió el testimonio de una sobreviviente que estimó que, en los tres años que estuvo en el rancho, los asesinaron al menos a 1500 personas. Sin embargo, la Fiscalía de Jalisco ha guardado silencio sobre el caso, sin dar detalles sobre las investigaciones en curso.

Los testimonios de los sobrevivientes describen un infierno en vida. Los obligaban a pelear entre ellos por comida, soportaban castigos brutales por llorar o quejarse y veían cómo ejecutaban a sus compañeros sin motivo aparente. Algunos los obligaron a cavar las fosas donde más tarde los enterraron. Otros relataron cómo los instructores, muchos de ellos exmilitares, los golpeaban constantemente y los sometían a ejercicios de tortura psicológica.

La localización de este tipo de sitios revela la magnitud de la crisis humanitaria en México. Más de 100.000 personas están registradas como desaparecidas en el país, y muchos de estos casos están ligados al crimen organizado. Las víctimas no solo son varones, sino también mujeres, aunque en menor número, y su destino sigue siendo incierto.

El rancho Izaguirre es solo una pieza de un rompecabezas mucho más grande. La existencia de estos centros de exterminio demuestra la impunidad con la que operan los cárteles en México y la falta de acción del Estado para detenerlos. La historia se repite en diferentes estados y cada hallazgo refuerza la realidad de que el crimen organizado ha convertido al país en un campo de batalla donde la vida humana parece no tener valor.

La lucha de los colectivos de búsqueda sigue en pie. A pesar de la falta de apoyo gubernamental, continúan recorriendo terrenos en busca de indicios que permitan dar paz a las familias de los desaparecidos. El hallazgo de Teuchitlán es un recordatorio de la brutalidad que impera en muchas regiones de México y la urgencia de tomar medidas para frenar esta crisis.

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RLC Noticias de Rosario la ciudad

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