El uso del barbijo durante el invierno puede reducir contagios de enfermedades respiratorias y fomentar una cultura de prevención solidaria.

Con la llegada del invierno, aumentan los contagios de enfermedades respiratorias como la gripe, el resfrío o el COVID-19. En ese contexto, retomar el uso del barbijo en espacios cerrados y de alta circulación puede resultar clave para reducir la transmisión de virus estacionales. Aunque en Argentina su utilización se volvió masiva durante la pandemia, hoy persiste una cierta resistencia a reintroducirlo como medida de cuidado colectiva.
Sin embargo, en varios países asiáticos —como Japón, Corea del Sur o China— el uso del barbijo se mantuvo como una práctica habitual. Allí, quienes presentan síntomas leves de enfermedad lo usan por respeto hacia los demás y para evitar propagar el virus. Esta costumbre no solo protege a personas vulnerables, también contribuye a frenar brotes y aliviar la demanda del sistema de salud.
Incorporar esta actitud en el día a día argentino implicaría un cambio cultural, pero también una mejora en la convivencia sanitaria. Usar barbijo en el transporte público, en centros médicos o durante reuniones cuando uno está resfriado no debería entenderse como exagerado, sino como un gesto de responsabilidad.
Además, la medida resulta económica, accesible y fácil de implementar. Frente al aumento de internaciones pediátricas por bronquiolitis y otras enfermedades respiratorias, adoptar este hábito podría marcar una diferencia. Por eso, recuperar el barbijo como herramienta de prevención no responde a una imposición, sino a una conciencia colectiva sobre el cuidado mutuo.
En definitiva, si bien el uso del barbijo ya no es obligatorio, su recuperación durante el invierno puede ayudar a construir una sociedad más saludable. Imitar prácticas efectivas de otras regiones no significa renunciar a la identidad local, sino aprender a priorizar el bienestar común frente a desafíos sanitarios que se repiten cada año.
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