La Facultad de Humanidades y Artes de la UNR creó un espacio de formación de muralistas urbanos con pensamiento crítico y compromiso social.
Los murales en las calles son expresiones artísticas que pueden generar reflexiones y abrir un diálogo colectivo entre los ciudadanos. Para formar muralistas urbanos con pensamiento crítico y compromiso social, la Universidad Nacional de Rosario creó un espacio en la Facultad de Humanidades y Artes.
Se trata de la Diplomatura en Arte Mural Urbano que “es todo los contrario al claustro porque rompe con la idea de que el artista pertenece a un ámbito especial, sólo para entendidos”, dice uno de sus docentes, Jorge Molina y aclara: “Por la calle pasan todos, el artista se expresa y hay un ida y vuelta con la gente”.
Molina es autor de cerca de 100 murales en la ciudad de Rosario. El primero lo pintó hace seis años en Alvear y Mendoza y el segundo en la escuela 9 de julio. Sus obras remiten a lo infantil, “a esa sensación de haber sido felices cuando niños”.
El poder de transformar
Molina vivió 23 años en Buenos Aires y volvió a Rosario donde desarrolló todo su “muralismo personal” y simultáneamente viajaba a trabajar en Francia. “Sé que mi laburo tiene que ver con la infancia, con el recuerdo de vivir en mi barrio Refinería, con la gente que quiero, que quise, mis amigos, amigas, y mucho con mis viejos que fueron dos personas que me alentaron. Cuestiones que remiten a algo infantil, que siento que conectamos todos en esa sensación de la fantasía de haber sido felices cuando niños y le doy vueltas a eso”, explica.
Los personajes de sus obras son una nena llamada Lilú con el pelo violeta, un grupo de amigos cambiantes y un rinoceronte que cae del cielo, todos en el aire. Recuerda que luego de haber pintado un mural en la Escuela 9 de julio lo empezaron a llamar las directoras de otras escuelas para ofrecerle paredes.
Mientras pintaba, los grupos de chicos de preescolar o de primaria, con sus maestras de plástica o de lengua, salían y charlaban. En la Escuela Zapata, el grupo de quinto grado, por impulso de la maestra de lengua, contaron una historia, inventaron biografías, le pusieron nombre a los personajes, creyeron que la nena era un ángel porque interpretaron su forma de pelo, que aún no estaba pintada, como alas. Muchos le preguntaban ¿por qué vuelan? A lo que él respondía que se trataba de una fantasía. A fin de año le regalaron un libro con todas las producciones.
Luego de un tiempo pensó que ese grupo había crecido e hizo una serie con adolescentes convertidos en artistas populares: pintores, músicos, malabaristas y cada tanto aparecía el personaje de Lilú con aerosoles. Lo hizo con una técnica muy práctica pero no muy perdurable, una gran parte del mural pintado sobre papel de diario lo que hacía que esté listo prácticamente en un día.
Después hizo una serie que toma a los barrios como si fueran instrumentos musicales o herramientas de artistas: casas con forma de contrabajo, pinceles o libros. Entre esos murales pintó a una joven que tenía un contrabajo en una mano y el arco en la otra, con una actitud de arengar. Esta obra tuvo un gran impacto para Julia Martínez, la directora de la orquesta sinfónica infantil y juvenil de Barrio Triángulo.
Cabe destacar que en ese momento el gobierno de Macri había desfinanciado a todas las orquestas populares del país y los profesores trabajaban de forma muy precaria, por lo que Martínez, después de muchos años, había decidido renunciar. Pero cuando salió de esa reunión crucial se topó con el mural de la contrabajista y lo sintió como un mensaje, no pudo evitar conmoverse y entonces decidió seguir.
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