La tecnología para la elección del nuevo Papa incluye bloqueadores de señal, jaulas de Faraday y vigilancia permanente en cada rincón del Vaticano.

El cónclave papal combina una tradición milenaria con tecnología de alta seguridad. A pesar del rito ancestral que encierra a los cardenales en la Capilla Sixtina, el Vaticano aplica protocolos estrictos para evitar cualquier interferencia.
Desde que comienza el proceso, expertos revisan cada rincón del lugar para detectar dispositivos ocultos. Este barrido electrónico se realiza con apoyo de cuerpos de seguridad como los Carabinieri, la Gendarmería vaticana y la Guardia Suiza. Cada acceso se controla, las ventanas se sellan y el entorno queda completamente aislado del mundo digital.
Para garantizar el silencio informativo, se emplean bloqueadores de señal que interfieren con todas las comunicaciones inalámbricas. Algunas zonas incluso se refuerzan con jaulas de Faraday, que impiden el paso de ondas electromagnéticas.
Dentro del recinto, los sistemas informáticos operan sin conexión a internet. Estas redes cerradas administran aspectos logísticos de la elección del nuevo Papa, como el alojamiento y los traslados, sin riesgo de hackeo.
Los cardenales no pueden ingresar con teléfonos, relojes inteligentes ni dispositivos electrónicos. Cada elemento personal se retira antes del inicio. A su vez, lectores de tarjetas y controles biométricos refuerzan los accesos restringidos. Aunque el Vaticano cuenta con cientos de cámaras de seguridad, ninguna se permite dentro de la Capilla durante las votaciones.
Una vez que se da la orden de extra omnes, el aislamiento es absoluto. Solo queda un pequeño grupo autorizado para dejar todo listo antes de cerrar. Luego, el humo de la chimenea se convierte en el único vínculo con el exterior.
Desde 2005, el Vaticano mejoró esta señal con productos químicos que aseguran una clara distinción: negro si no hay decisión, blanco si hay nuevo papa. Así, la tradición se mantiene, aunque rodeada por una compleja red de vigilancia y control.
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