A cinco años de la pandemia, el COVID-19 sigue afectando la vida cotidiana y el sistema de salud en Argentina, dejando cicatrices físicas y emocionales.

Cinco años han pasado desde que el COVID-19 irrumpió en la vida de millones de personas, modificando para siempre la forma en que la gente se relaciona, trabaja y vive. El 20 de marzo de 2020, Argentina, al igual que el resto del mundo, inició un confinamiento obligatorio que transformó la rutina diaria.
Aquel 2020, en plena incertidumbre, las calles se vaciaron, el trabajo y la educación se digitalizaron, y las relaciones humanas se redujeron a pantallas. Hoy, aunque el virus ya no represente la amenaza de aquellos primeros meses, su impacto sigue presente, especialmente en la memoria colectiva.
La llegada del COVID-19 a Rosario
El 15 de marzo de 2020, Rosario registró el primer caso confirmado de COVID-19, un hombre que había viajado a Inglaterra. Este evento desencadenó medidas drásticas, como el aislamiento social. El 19 de marzo, el presidente Alberto Fernández anunciaba la cuarentena que, al principio, duraría hasta el 31 de marzo.
Sin embargo, la situación se prolongó más de lo previsto. En los días previos, los supermercados fueron invadidos por multitudes que intentaban abastecerse, mientras los teatros y eventos masivos fueron suspendidos. Fito Páez, por ejemplo, tuvo que cancelar su presentación en Rosario. La cultura se adaptó rápidamente a la virtualidad. Las plataformas de streaming se convirtieron en el principal medio para mantener el contacto entre artistas y público.
El inicio de la cuarentena
El 20 de marzo, Argentina amaneció con calles vacías, transporte público casi inexistente y restricciones estrictas. Solo los trabajadores esenciales podían salir de sus hogares. La gente tenía miedo de lo que vendría, y figuras como Lionel Messi y Tini Stoessel ayudaron a promover la campaña “Quédate en casa”, impulsada por la primera dama, Fabiola Yáñez. El país se sumió en una crisis sanitaria, pero la vida debía continuar, aunque de manera diferente.
Durante los primeros meses de cuarentena, la vida diaria cambió radicalmente. La educación se trasladó al ámbito digital. Niños y adolescentes, que en condiciones normales habrían ido a la escuela, se encontraron frente a las pantallas para tomar clases a través de Zoom o Google Classroom. Los docentes, en muchos casos, realizaron un esfuerzo titánico para mantener la interacción con sus alumnos.
La vida en cuarentena
Sin embargo, la situación fue especialmente difícil para los más pequeños, que perdieron la oportunidad de socializar en los jardines de infantes y en las escuelas. Mientras tanto, el sector cultural, especialmente el teatro y los circus, se vio severamente afectado. Algunos artistas buscaron nuevas maneras de generar ingresos, como en el caso del circo Estrellas de Colombia, cuyos integrantes vendieron comida y ofrecieron clases de acrobacia para sobrevivir.
En los hospitales, la lucha contra el virus fue implacable. Los profesionales de la salud trabajaron sin descanso, enfrentándose al miedo de contagiar a sus seres queridos. Los testimonios de pacientes, reflejan las secuelas físicas y emocionales que la enfermedad dejó en muchos. Aunque la salud de los pacientes mejoraba, el miedo y la ansiedad seguían presentes. Para muchos, las secuelas del virus no solo fueron físicas, sino también psicológicas.
El aislamiento también tuvo un impacto en las relaciones personales. El confinamiento separó a muchas parejas, y las aplicaciones de citas se convirtieron en una herramienta vital para quienes intentaban mantener una conexión. Sin embargo, algunos desafiaron las restricciones y se reunieron en secreto, lo que dio lugar a tensiones en la sociedad. Las fiestas clandestinas y las confrontaciones con la policía fueron una constante durante el confinamiento, especialmente en las primeras semanas.
El nacimiento en tiempos del COVID-19
En el caso de las mujeres embarazadas, el aislamiento presentó desafíos aún mayores. Considerado grupo de riesgo, se les recomendó extremar cuidados. El miedo a contagiarse y la falta de apoyo familiar hicieron que muchas mujeres enfrentaran sus embarazos en completa soledad. Los hospitales también adaptaron sus protocolos para enfrentar la situación, limitando el número de personas permitidas en las salas de parto y utilizando videollamadas para consultas médicas.
El impacto económico y social
El impacto económico de la pandemia fue devastador. Miles de negocios cerraron y muchas personas perdieron sus empleos. Las industrias más afectadas fueron aquellas que dependían de la presencialidad, como el turismo, la cultura y la gastronomía. Mientras tanto, el comercio electrónico experimentó un crecimiento inesperado. Las medidas de confinamiento también llevaron a una crisis en el sistema de salud.
En 2021, cuando la segunda ola de contagios alcanzó su punto máximo, los hospitales se vieron desbordados. La escasez de camas en terapia intensiva y el agotamiento del personal sanitario se convirtieron en realidades palpables. En algunos hospitales, médicos y enfermeros trabajaron más de 12 horas al día, realizando hisopados y atendiendo pacientes graves.
Cinco años después
Cinco años después, en 2024, el COVID-19 ya no es el protagonista de los titulares, pero su huella sigue siendo profunda. La vacunación masiva ha ayudado a controlar la propagación del virus, pero el llamado “COVID largo” sigue afectando a miles de personas.
Las secuelas del virus, tanto físicas como psicológicas, continúan siendo una preocupación para la salud pública mundial. La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que la pandemia dejó valiosas lecciones sobre la fragilidad del sistema de salud y la importancia de la solidaridad global. Actualmente, se está negociando un tratado para mejorar la respuesta ante futuras pandemias, aunque las diferencias entre los países han demorado su firma.
Hoy, se recuerda la pandemia no solo como un evento trágico, sino también como una oportunidad para reflexionar sobre las debilidades y fortalezas del sistema. La cuarentena demostró la importancia de la preparación frente a futuras crisis sanitarias y la necesidad de una respuesta global unificada. A cinco años del confinamiento, el país continúa aprendiendo de aquella experiencia que mostró la capacidad de adaptación del pueblo argentino frente a lo inesperado.
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