Por Miguel Elías Rabbia – Senador Provincial Departamento Rosario
Las drogas no son algo nuevo. Desde tiempos remotos, se conoce del consumo de sustancias psicoactivas, en particular en grupos selectos de la sociedad como los druidas, chamanes, sacerdotes y brujos. El consumo de sustancias no tuvo un impacto epidemiológico hasta el uso masivo de opio en la China del siglo XIX, donde dieciocho millones de chinos llegaron a consumir esta sustancia. Como siempre se ordenó el mundo moderno, se trataba de una cuestión comercial: Inglaterra le vendía opio a China y le declaró dos guerras cuando China pretendió discontinuar la compra. Lo curioso es que Inglaterra tenía prohibido el libre mercado de opio en su propio territorio. Ninguna civilización puede jactarse de contar con una comunidad adicta, la historia demuestra que los daños comunitarios por las adicciones atentan contra el desarrollo de las mismas.
Hace treinta años se decía que la Argentina era un territorio de tráfico, de paso de la droga… Hasta que se comenzó a consumir masivamente. Junto con el consumo, llegó todo un paradigma apologista de la droga que permitió que se socialice en todas las clases sociales. Hemos caído en un pseuprogresismo con destrucción de los valores comunitarios, de los vínculos sociales, de la organización de las bases. Se ha promulgado el individualismo y la cultura hedónica, autosatisfactiva, consumista y materialista, dañando la solidaridad y la vida en comunidad haciendo caer el espacio central del cuidado amoroso y de contención que significaba la familia.
Ante este andamiaje, las sustancias psicoactivas, tóxicas y adictivas corren entre nosotros como reguero de pólvora.
A contrapelo del discurso académico de estos tiempos, nosotros sostenemos que todos los consumos son problemáticos. La imaginaria línea entre consumos no-problemáticos y los problemáticos es muy delgada e inescrutable… Invitar al consumo sin informar de los riesgos es una actitud al menos impiadosa.
Capitalismo puro
Una de las más grandes fallas del mercado es la asimetría en la información. Si no conocemos lo que nos ofrecen, no sabemos qué es lo que se consume. Es la propuesta de esta globalización económica: consumir con los ojos vendados, consumir productos, sustancias e incluso emociones, por el mero hecho de consumirlas. Es más, pareciera ser anacrónico no consumir.
El vacío no existe. Donde el Estado no llega, llega el narcotráfico a jugar el papel de Estado paralelo. Podría estar implicando a la policía, la justicia, la política y a empresarios de la esfera privada. Los consumidores se transforman en clientes fidelizados.
Muchas veces pensamos en combatir al narcotráfico desde la oferta. Esto es, pensamos medidas para combatir a los narcotraficantes y su circuito. Sin embargo, sin dejar de atender el control de la oferta y el flujo del dinero proveniente de este gran negocio, debemos mirar la razón central del trabajo de los gobiernos: el cuidado y la felicidad de su gente. Debemos comenzar a mirar el problema desde la demanda. Sin estigmatizar a los adictos, es posible sostener que cuanto menos consumo haya menos negocio será para los narcotraficantes y empresarios. Entonces… ¿Cuál es la mejor salida del consumo? Seamos claros en esto: no entrar.
No somos Holanda
Las adicciones atraviesan a todas las clases sociales, pero las clases más bajas arrancan habitualmente más temprano, con las drogas más tóxicas y sin paracaídas auxiliar. Los que caen en el precipicio no tienen retorno, pierden su única riqueza, su capital de trabajo, que es su cuerpo. Querer homologar estrategias europeas a nuestra realidad latinoamericana es al menos preocupante. Miremos a Uruguay, que con la despenalización de la marihuana y la venta legal de la misma en las farmacias pretendía erradicar el tráfico ilegal. No solo no lo consiguieron, sino que ampliaron la cantidad de consumidores y como la concentración de los psicoactivos es baja en la marihuana legal, el mercado ilegal ofrece una que “pega más”. Otro dato a tener en cuenta es que en Uruguay, tan solo en el año 2022, la tasa de homicidios aumentó un 25% con respecto al 2021. Solo un dato más para ver en qué termina este experimento social.
La catástrofe perfecta: pobres, ignorantes y adictos
La movilidad social descendente está tocando a las puertas de nuestra clase media. El flagelo de las adicciones no solo destruye las esperanzas de educación y trabajo de nuestras familias sino que va mucho más allá, destruyendo también la esperanza de vida. En un contexto donde la pobreza y la marginalidad crecen exponencialmente, donde vemos que muchas expectativas, aspiraciones y sueños quedan truncos, las adicciones son un caldo de cultivo.
Las adicciones excluyen de la educación, del trabajo y hasta de la propia familia. Las familias suelen referirse al adicto como “un desconocido”. Es una obligación estimular el compromiso de todos los actores sociales para dar una respuesta, siendo el Estado quien lidere este proceso. Este debe garantizar las condiciones de vida de los vecinos, el acceso a la salud y a la educación, el derecho al juego de nuestros niños, fortalecer a las instituciones socializadoras barriales ante la claudicación de las familias que se encuentran disfuncionales para garantizar amor, contención, alimentación y estimulación de sus hijos. Y, fundamentalmente, debe generar acciones preventivas, de asistencia y tratamiento y contención.
De estos complejos laberintos, que afectan lo más delicado que tenemos los seres humanos -la propia vida- lograremos salir reconociendo el problema, con empatía, con solidaridad y volviendo a poner a las personas en el centro de todas nuestras acciones.
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