Por Pablo Silvestri, Pastor IEMA y Director de Canal Luz
La libertad es una necesidad innata del ser humano y nos define como tal. Todos los seres humanos desean ser libres.
Mi primera infancia fue en la década del 70, años que en Argentina estuvieron marcados por la violencia y las restricciones a las libertades, el proceso militar dejó heridas que aún sangran en nuestra sociedad.
Con qué esperanza recibí, a principios de los años 80, aquellos discursos del recordado por entonces candidato a presidente Raúl Alfonsín: “Con la democracia, se cura, se come, se educa…” Finalizaba con el recitado del preámbulo de la constitución: “…y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino…”, nos prometía que con la democracia entraríamos en un verdadero proceso virtuoso de la mano de eso que tanto deseamos: ser libres.
Desde la instauración de la democracia, que ya casi cumple cuarenta años, hemos comprendido que un sistema político no puede responder a todas nuestras necesidades tal como nos lo habían explicado. De hecho, muchas de ellas, en lugar de mejorar, han empeorado.
Existe algo en nuestro ser que se rebela contra cualquier forma de dominación, pues nos reconocemos como seres nacidos para la libertad. Las canciones la exaltan, los monumentos se erigen en su nombre, y se han entregado innumerables vidas para conquistarla. Es evidente que la vida no será vida sin libertad, pero incluso en los países que se consideran libres, como el nuestro, ¿podemos afirmar que sus ciudadanos viven y se sienten verdaderamente libres?
En mi querido Rosario, basta hablar con los vecinos para escuchar frases como “Tengo miedo”, “Vivo encerrado”, “No llego a fin de mes”, “Si pudiera me iría”. Pero la falta de libertad no se reduce solo a la seguridad y la economía. La violencia familiar, los trastornos psicológicos (TOC, depresión, fobias, etc.), las adicciones en todas sus formas, son verdaderas prisiones. Somos esclavos del miedo, de la ira, el rencor, la lista de nuestros carceleros es casi interminable.
¿Será que la libertad es solo un deseo utópico o una realidad posible?
En el siglo I, en las polvorientas calles de Palestina, surge un maestro que proclamó un mensaje de libertad: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la Buena Noticia a los pobres. Me ha enviado a proclamar que los cautivos serán liberados, que los ciegos verán, que los oprimidos serán puestos en libertad,… y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres… Así que, si el Hijo los hace libres, ustedes son verdaderamente libres”.
Jesús explicó que para alcanzar la libertad, debemos conocer la verdad, una verdad que está estrechamente relacionada con Él mismo. Sólo a través de la fe podemos experimentar la libertad que Él ofrece.
La libertad que nos permite ser quienes realmente somos. Es una libertad que nos permite amar a los demás, perdonar y ser perdonados. Es una libertad que nos permite encontrar un sentido a nuestra vida, más allá de las limitaciones que podamos tener.
La libertad es una realidad posible sólo a través de una relación con Dios.
Dos mil años después de aquella proclama, la experiencia de vivir en libertad la siguen alcanzando quienes reciben la propuesta que viene del cielo a la tierra.